"Peter" es el apodo que le dieron sus amigos, por su increíble destreza para trepar muros, edificios, escalar torres o entrar a lugares de imposible acceso; habilidad que lo hace comparable a Peter Parker, el asombroso "Hombre Araña". Tiene solo diecisiete años pero dentro del mundo delictivo de nuestra ciudad, "Peter" goza de un nombre que infunde respeto.
Ha participado en diversos atracos, siendo su especialidad el lanzazo en pleno centro de la ciudad. Cualquier especie de fácil venta sirve, colgantes, aros, relojes, una que otra billetera, en fin, lo que brinde el día para él y su banda. Sin embargo, Peter tiene una debilidad, los celulares. Le gusta la tecnología, los roba también por que se venden rápidamente, y porque a pesar de los consejos que nuestras autoridades nos dan casi a diario, es imposible para el ciudadano común transitar por el centro de la ciudad sin hacer uso de estos equipos.
Como les decía, Peter tiene cierta fama, pues es uno de los más efectivos lanzas de la capital, puede jactarse de no haber sido atrapado nunca, y de liderar a un pequeño grupo de jóvenes de su misma edad, que lo veneran y lo seguirían a donde fuera.
Quienes estudian la delincuencia podrían explicar la conducta de este muchacho con mas de una teoría, y probablemente todas estarían erradas. Si bien Peter proviene de una familia de escasos recursos, su padre ha procurado qua nunca les falte nada, y su madre ha velado sin descanso por la crianza y educación de Peter y sus cinco hermanos. Pero para el protagonista de nuestra historia, todo ese esfuerzo nunca ha significado nada. Sus actividades son bien pagadas, en un par de días es capaz de reunir lo que su padre en un mes, pero además existe una razón que por su simpleza, jamás formará parte de ninguna teoría criminológica: lo hace porque le gusta.
El robo es gratificante, siente un agrado morboso por las reacciones de sus víctimas, al punto de realizar un ritual después de un exitoso golpe arrebatando los teléfonos de los incautos y despreocupados transeúntes. Peter y su banda se reúnen, beben cerveza y se sientan a contestar los llamados histéricos que hacen los despojados, actitud que solo se explica con la necesidad de proferir insultos al ladrón, mas que facilitar la captura de alguno de ellos.
Y así lo hicieron un día cualquiera. Era invierno, y la ciudad lucía más gris que de costumbre. Vientos de lluvia se colaban entre los edificios anunciando un verdadero diluvio. Eso provocaba casi siempre, la necesidad imperiosa de quienes transitan en el centro de la ciudad, de regresar a sus casas lo antes posible. Eso hacía que los llamados y la falta de preocupación aumentaran, haciendo de ese día el mas propicio para robar muchos celulares.
Peter ordenó a su banda mezclarse entre los transeúntes. Caminaban en forma piramidal esperando el momento preciso para que al menos cinco personas coincidieran usando sus equipos. No tardó mucho tiempo en cumplirse esa condición. El lider de la banda, como siempre, escogía la víctima más jugosa, que de coincidencia esa tarde fue un señor alto, vestido de traj negro y bastón del mismo color. Caminaba en forma distraída y lenta, no era ciego ni tenía problemas de ningún otro tipo, pero usaba lentes oscuros, lo que le daba una apariencia misteriosa y poco gentil. Usaba guantes negros y zapatos increíblemente bien lustrados, razón que atrajo la mirada de Peter y que en definitiva lo convirtió en víctima.
La operación comenzó como de costumbre. Por el centro, el hombre alto de bastón y anteojos, que hablaba e a través de un extraño celular con un acento por lo demás extraño. Tras él y acercándose, iba Peter. Por la izquierda, una muchacha de aspecto desaliñado que no dejaba de marcar números insistentemente tratando de contactarse sabe Dios con quien; un par de pasos mas atrás, un ejecutivo joven con uno de esos teléfonos que permiten hacer de todo, menos para mantener una conversación discreta. Por la derecha un hombre de camisa a cuadros y chaqueta de piel, que sujetaba un casco blanco con una de sus manos y un maletín con la otra. El teléfono iba colgado del cuello a un manotazo de esfuerzo. A su lado una mujer joven con aspecto de secretaria, que insultaba a su novio sin medir palabrotas.
Todos ellos y las perfectas coordenadas. Peter hizo un movimiento de cabeza en señal de atención, sus cómplices, como si se tratara de un código de activación aceleraron el paso hasta alcanzar a sus víctimas respectivas. En cuestión de segundos, todos atacaron al unísono, y se hicieron de los teléfonos sin demasiado esfuerzo.
Peter arrebató el equipo al hombre del bastón, quien no se resistió al ataque, ni exclamó palabra alguna.
Corrieron a toda velocidad por algunas cuadras hasta llegar a una plazoleta, donde las botellas de cerveza esperaban escondidas entre los arbustos. Se sentaron en ronda, se cambiaron las poleras para despistar a los testigos, y se dispusieron a contestar los llamados, que uno a uno fue llegando.
Las risotadas y bromas se descargaban tras cada reclamo que hacía la víctima desesperada, quien seguramente había conseguido un teléfono para llamar a su propio número, vaya uno a saber con que objetivo, y solo encontraban el silencio de este grupo de lanzas que no paraban de reír y de contestar insultos.
Todos los teléfonos marcaron sus melodías personalizadas, salvo uno. Peter miraba el equipo que permanecía apagado. Transcurrieron varios minutos, y un par de botellas para que el bolsillo de Peter comenzara a vibrar. El teléfono no tenia melodía programada, simplemente se movía alertando a su usuario de la llamada de alguien.
El silencio y la expectación del grupo no se hizo esperar. Peter contestó procurando que todos oyeran la conversación.
Pero no hubo gritos ni insultos, solo un silencio prolongado que fue cortado de improviso por una voz seca, carrasposa y fría que de manera firme dijo:
- "En el nombre de Oderak, en 48 horas vas a perderlo todo..."
El asombro era evidente.
- "Acaban de maldecir al Peter" - dijo uno del grupo.
Durante la siguiente hora, y otras botellas mas, no pararon de reír. Todos bromeaban menos Peter. Una sensación muy extraña lo invadía. Esa voz, ese tono, sus palabras. Algo en ellas le decía que no había razón para hacer bromas.